El cinismo fue una filosofía contracultural y contraoficial. Los antiguos cínicos consideraban que el estilo de vida socialmente aceptado no conducía hacia la felicidad sino hacia la esclavitud, y por ello viraron el rumbo de sus existencias. Se rebelaron a vivir de forma inauténtica e impersonal, condicionados por las opiniones de la gente. Donde todos piensan, dicen y hacen lo mismo, cualquiera es intercambiable y reemplazable. Los cínicos optaron por alejarse de la manada, no aceptaron ningún macho alfa que los gobernase y tuvieron el coraje de ser auténticos. Frente a las convenciones, el confort y el progreso de la civilización eligieron una vida natural, sencilla y austera. Defendieron como valores la verdad, la libertad y la autosuficiencia. Se rebelaron contra todo aquello que pudiera poner en peligro su independencia: el principio de autoridad y el academicismo, la corrección política, los usos y costumbres, las tradiciones aceptadas acríticamente, las modas, el deseo, el placer sin medida, las pasiones que subyugan a la voluntad o la opinión de la mayoría.

En un mundo de súbditos, los cínicos no aceptaron más autoridad que la de su propia razón. No reconocieron ni patria ni dios a los que someter su voluntad, y declararon que la única obligación que tenemos en esta vida es la de alcanzar la felicidad: antes de morir, debemos vivir plenamente el tiempo que se nos ha otorgado y transitar nuestro propio camino. Compartieron una visión irónica y sarcástica del mundo, rechazaron la conducta gregaria. Denunciaron toda forma de tiranía, desmontaron las mentiras del poder y cuestionaron creencias falsas e irracionales que aún hoy nos gobiernan. El cínico fue una especie de “profeta pagano” que tuvo la valentía de vivir como pensaba, la osadía de decir la verdad a los poderosos sin temor a represalias y la lucidez para diagnosticar las normas absurdas, los malos hábitos y las costumbres perniciosas.

Pero entonces ¿por qué la historia que nos han contado es otra? ¿Por qué el término cínico devino en algo tan diferente a su significado original? ¿Cuál es la causa de esta tergiversación? Sin duda, como afirmaba Walter Benjamín, la historia siempre la han escrito los vencedores, y la historia de la filosofía no es una excepción. El cinismo forma parte del bando de los vencidos en la lucha de las ideas, y el precio de la derrota ha sido no poder contar su propia historia o, lo que es peor, que esta sea contada por los vencedores. El número de estudios dedicados al cinismo sigue siendo ridículo en comparación con otras escuelas filosóficas; es más, muchos manuales clásicos de historia de la filosofía ni siquiera recogen esta corriente de pensamiento. Pareciera como si alguien hubiese sentenciado a los cínicos con una “condena de memoria”, esa antigua práctica romana con que se castigaba a los enemigos del Estado y por la que se procedía oficialmente a eliminar todo cuanto pudiera recordarlos: esculturas, inscripciones o monumentos.

¿Quién decretó que los cínicos eran enemigos del Estado cuyos nombres debían ser borrados o al menos deformados hasta ser irreconocibles? ¿Quién ha dominado la historia de las ideas en nuestra cultura? ¿Quién ha sido su indiscutible y vitoreado vencedor? ¿Quién ha forjado un imperio sobre el vasto continente del pensamiento occidental? Alfred North Whitehead respondió a estas preguntas con una fórmula que se ha hecho famosa, según la cual toda la historia de la filosofía, recogida en los manuales oficiales e impartida en las actuales academias, se podría reducir a una serie de notas a pie de página al pensamiento de Platón: el idealismo. Este sistema de pensamiento presenta la verdad, el bien y la felicidad fuera del mundo de la vida. El idealismo reduce nuestra existencia a mera apariencia, oscura sombra, burda copia. Bajo la cegadora luz que emite su arquitectura mental (imponentes catedrales lógicas erigidas sobre cimientos vacíos, templos consagrados a la nada), la materia se oscurece y se recubre de pecado, y la felicidad plena es desterrada de este mundo. El gozo se pospone para el más allá y la dicha queda prohibida en el más acá. La vida deja de ser un fin para convertirse en un simple medio con el que alcanzar un cielo prometido a aquellos que asuman una servidumbre voluntaria. La filosofía, desconectada definitivamente de la naturaleza y de la vida, queda reducida a pensamiento que se piensa a sí mismo, a un ejercicio estéril de análisis del concepto, a un autismo existencial.

El idealismo es una filosofía del sacrificio: exige a sus fieles que inmolen el presente en aras de un proyecto, que degüellen los hechos para garantizar la salvación de la teoría y que renuncien a toda forma de libertad. Para el idealismo, solo sus sacerdotes tienen acceso a la verdad; el pueblo debe creer en lo que solo es accesible para unos pocos elegidos que o bien están en el poder, o bien trabajan para él; los idealistas o son tiranos o son amigos de tiranos. Los que no formamos parte de la casta privilegiada de sabios iluminados debemos no solo doblegarnos a su verdad, sino también agradecer que esta nos sea revelada por nuestra salvación eterna. Por todo ello, Nietzsche denunciaba que el cristianismo no es más que platonismo para las masas. Para el filósofo alemán, ambos comparten el mismo esquema y ambos han sido instrumentos, usados a lo largo de la historia, para justificar el statu quo, las estructuras y las dinámicas de poder. El cinismo, en cambio, es una filosofía materialista y libertaria, que no teme la contingencia de la realidad, que nos religa a la naturaleza, que vacía el cielo para posar la felicidad en el más acá.

En los manuales oficiales, Platón reina como arquetipo de filósofo y su idealismo se presenta como modelo de filosofía a imitar. De igual forma que en el mundo soviético las historias de la filosofía fueron marxistas. Sobre este imperio del pensamiento, afirma Michel Onfray:”Es verdad que Platón no es Descartes, ni este es Kant, pero los tres, al repartirse veinte siglos de mercado idealista, monopolizan la filosofía, ocupan todo su espacio y no dejan nada al adversario, ni siquiera sus migajas. El idealismo, la filosofía de los vencedores desde el triunfo oficial del cristianismo convertido en pensamiento de Estado[…] pasa por ser la única filosofía digna de ese nombre[…] es difícil pedirles a los vencedores que escriban objetivamente la historia de los vencidos”. De entre todos los derrotados, los cínicos han sido los que han sufrido el mayor escarnio. ¿Por qué tanto ensañamiento? Porque el cínico cometió el imperdonable pecado de burlarse de las sagradas enseñanzas del maestro. Los cínicos se atrevieron a señalar al padre del idealismo con el dedo y gritar: “¡El rey va desnudo!”. Cuando Platón de Atenas defendió la existencia de un modelo eterno, perfecto e inmaterial de hombre al que debemos someternos so pena de ser tratados de anormales, locos o enfermos, Diógenes de Sinope se burló de su teoría por ser tan absurda como peligrosa, y se dedicó a “buscar” por las calles de Atenas, con un farol encendido en pleno día, a ese hombre espiritual, perfecto y eterno, carente de carne, fluidos y nervios, del que nosotros tan solo somos copias defectuosas. Diógenes con su linterna puso luz donde los filósofos idealistas ponen oscuridad cuando se dedican a buscarle los tres pies a la realidad. En otra ocasión, Platón definió al hombre como “un bípedo sin plumas”, y los académicos que lo escuchaban aplaudieron con fervor la sabiduría del maestro. Mientras todos lo aclamaban y Platón se enorgullecía de una inteligencia que lo elevaba a una casta superior, Diógenes puso a prueba su pretendida (y pretenciosa) sabiduría; salió a la calle, tomó un gallo, le quitó las plumas y lo tiró al suelo de su escuela diciéndole con sarcasmo cínico: “Aquí tienes a tu hombre”. Platón nunca supo encajar deportivamente las refutaciones materialistas de Diógenes. El padre del idealismo siempre eludió el debate con el cínico con la excusa de que un filósofo de verdad no debía perder el tiempo con un loco. Desde entonces, los idealistas han emulado la actitud y la estrategia de Platón. Por ejemplo, Hegel, otro de los grandes maestros del idealismo, en sus Lecciones sobre historia de la filosofía (modelo de los libros de texto oficiales que se siguen utilizando en las aulas) se negó a estudiar el cinismo porque no lo consideraba una filosofía seria, sino un revoltijo de anécdotas desprovistas de interés y sentido común. Y desde entonces los reyes de la filosofía los ignoran, los silencian, los tergiversan, los caricaturizan o directamente los descalifican para acallar su mensaje de libertad, su crítica social y su forma de practicar la filosofía.

El escritor griego del siglo II Luciano de Samósata nos relata que el cinismo fue una filosofía popular con la que se ejercitaban zapateros, carpinteros, bataneros o cardadores de lana. Las élites culturales de entonces consideraban que esta actividad intelectual no debía ser practicada por el vulgo (algunos todavía lo piensan hoy) y reaccionaron con agresividad hacia el cinismo: los insultaron, los acusaron de no ser verdaderos filósofos, sino simples imitadores, y de usar la filosofía para escalar social y políticamente. Los mismos insultos se emplean hoy contra aquellos que practican la filosofía fuera de los círculos académicos y se atreven a sacarla de las aulas.

(Eduardo Infante. No me tapes el sol. Cómo ser un cínico de los buenos. Editorial Ariel. Barcelona. 2021)