Herbert Marcuse (1898-1979) emigró de Alemania huyendo del nazismo como otros miembros de la Escuela de Frankfurt. Primero se dirigió a Suiza y después a Estados Unidos, donde acabó instalándose y dirigiendo el Instituto de Investigaciones de las Ciencias Sociales en Nueva York. Trabajó en las universidades de Columbia, Harvard, Boston y San Diego (California).

 

Sus obras adquirieron una gran popularidad tanto en Estados Unidos como en Europa y su pensamiento influyó en los movimientos radicales estudiantiles y feministas de la década de los sesenta. Tras la Segunda Guerra Mundial obtuvo la nacionalidad estadounidense y ya no regresó a Alemania. Entre sus obras destacan:  Eros y civilización (1953) y El hombre unidimensional (1964).

 

Denunció la unidimensionalidad del ser humano como la consecuencia más peligrosa del desarrollo científico-técnico propio del capitalismo avanzado. Una vez instalado en Estados Unidos pudo aplicar las investigaciones sociales de la escuela de Frankfurt a la sociedad estadounidense de la década de los cincuenta, que ya entonces era un claro ejemplo de lo que se denomina “sociedad de consumo”, es decir, una sociedad caracterizada por las exigencias de un consumismo masivo.

El hombre unidimensional es el ser humano dominado por la tecnología y el consumo, un ser uniforme y conformista, sin pensamiento crítico.

Expone esta tesis en su obra El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Para Marcuse, la unidimensionalidad procede de la alienación y de la pérdida de la humanidad, que solo puede dase en una sociedad industrial desarrollada donde la racionalidad instrumental se ha erigido en hegemónica.

Se denomina sociedad unidimensional porque:

*Se centra en una única visión de la realidad, la creada por el positivismo y por el empirismo, con la que se manipula a los seres humanos desde los mismos centros de poder político y económico.

*Sitúa como objetivo último de toda acción la rentabilidad y la búsqueda del beneficio económico, hasta el punto de convertir al ser humano en mera mercancía.

*Admite, como única fuente de conocimiento y de fiabilidad, los datos cuantitativos o matemáticos sin tener en cuenta ningún tipo de consideración histórica o ética.

*Anula cualquier posibilidad de pensamiento crítico y genera un conformismo total.

marcuseMarcuse explica que la destrucción del pensamiento crítico se ha producido porque en la sociedad industrial avanzada han ido surgiendo progresivamente nuevas formas de control social como el que se ejerce desde la televisión, la prensa o cualquier forma de comunicación reflejo de la sociedad de masas. Además la racionalidad instrumental ha acabado por anular el universo político. Con ello quiere decir que la política ha quedado relegada a un segundo plano y que la sociedad ya no está dirigida por ella sino por la economía y las leyes del mercado.

Para salir de esta situación alienante es preciso un proceso de desideologización que ponga en duda los fundamentos de la dominación económica e ideológica. En este sentido, Marcuse advierte de la necesidad de una educación negativa frente a aquello que es asumido como lo correcto o lo común por interese hegemónicos de los grupos de poder.

Las funciones de esta educación negativa serán:

*Enseñar a desconfiar de las finalidades de una sociedad desalmada e indiferente al dolor humano.

*Ayudar a reconstruir la cotidianidad fuera de una unidimensionalidad programada por una industria que difunde valores regresivos.

Las tesis de Marcuse despliegan ya una cierta esperanza en el compromiso que la filosofía ha de asumir por transformar la sociedad y dotar de nuevo al ser humano de conciencia crítica. Fue este optimismo el que inspiró los movimientos sociales de protesta de las décadas de los sesenta y setenta, como el movimiento hippy y el que le dio liderazgo intelectual en la revolución de Mayo del 68. La esperanza de superar la barbarie y todo tipo de totalitarismo se sustenta en la afirmación de que otro mundo más solidario es posible, un mundo donde los débiles son tenidos en cuenta en el proceso de transformación y donde ellos mismos se convierten en parte del cambio. Esta aportación a la esperanza es la semilla que ha germinado en los movimientos sociales que están en la actualidad resurgiendo en varios países europeos. El mayor legado de Marcuse ha sido precisamente haber apuntado a la esperanza, a la paz y a la utopía para remodelar de nuevo la Ilustración.

(Amparo Zacarés Pamblanco, Clara Fuster González, Andrea Belenchón Marco. Historia de la Filosofía. 2º Bachillerato. Editorial Mc Graw Hill. Madrid. 2016)